El 5 de noviembre del 2024 sucederán las que serán, posiblemente, las elecciones más importantes en los Estados Unidos de América desde las posteriores al 11s. La elección estuvo marcada por la polarización de los candidatos, Donald Jhon Trump, republicano y la vicepresidenta de la actual administración Biden, Kamala Devi Harris, demócrata. Esta elección representa un enfrentamiento entre dos figuras políticas cuyas diferencias van mucho más allá de lo que uno podría ver a primera vista.
Trump es uno de los expresidentes más controvertidos en la historia reciente de Estados Unidos. Siendo el único presidente en ser sometido a dos impeachment (juicios políticos) a lo largo de su presidencia, así como ser acusado de actuar en beneficio de los intereses rusos al impedir la aprobación de medidas en el Congreso estadounidense contra ellos mediante el bloqueo de su partido durante más de seis meses. En su momento, este accionar generó un retraso al inevitable envío de paquetes de ayuda militar destinados a Ucrania. Mientras que, por el otro lado, Kamala Harris se presenta como candidata presidencial tras la decisión de Joe Biden de no postularse nuevamente motivada por sus polémicas entrevistas y constantes errores públicos. En ese sentido, al ser parte del mismo partido político, Kamala propone continuar con la política exterior de Biden manteniendo la ayuda militar a Ucrania y a otros aliados a nivel global.
Ahora bien, es sabido que Estados Unidos es la mayor economía del planeta, y la mayor potencia militar. Razón por la cual, en las propias palabras de Joe Biden, es el “defensor de la democracia”. Sin embargo, esta defensa a la democracia le cuesta grandes cantidades de dinero debido a su gasto militar. Según el índice de Global Firepower, Estados Unidos gasta poco más de 3,6 veces más que China siendo la segunda en el ranking. Incluso, el gasto en defensa de EE.UU. supera el presupuesto combinado de los países que ocupan del segundo al décimo lugar del ranking. Algo completamente extraordinario. Es por ello que obtener, aunque sea una fracción de ayuda militar estadounidense, puede determinar el destino y la posición de un estado en el tablero internacional. Por ejemplo, el caso de Ucrania e Israel que, sin la ayuda militar de Estados Unidos, su situación en sus territorios sería muy diferente.
“Europa está en guerra, en una larga y guerra de desgaste” así lo indica Félix Arteaga, investigador principal del Real Instituto Elcano cuando se refiere a la invasión rusa de Ucrania del 2022. Una guerra que los mismos rusos pensaron que duraría como máximo tres días se ha alargado tanto como para no parece tener un bando que se pueda imponer al otro por lo menos durante el resto del 2024. Según Bojan Pancevski, editor en jefe de Europa para el Wall Street Journal, las bajas del conflicto ascienden a 280 mil soldados muertos (200 mil rusos y 80 mil ucranianos) y a unos 800 mil heridos (400 mil por cada bando). Además de las escalofriantes cifras de bajas humanas (el conflicto más sangriento en Europa desde la segunda guerra mundial), se ha registrado una pérdida significativa de equipos militares tanto propios como donados por países extranjeros.
No es inusual ver videos de combates protagonizados por Bradleys y Leopards, de origen estadounidense y alemán respectivamente, operando en Óblast de Kursk. Estas “donaciones” han sido los baluartes más importantes que han permitido la supervivencia del Estado ucraniano tal y como lo conocemos. Incluso revelan algo muy importante: ningún país europeo tiene los medios ni las capacidades para ayudar de manera extensiva a Ucrania. De acuerdo con el IWF (Instituto de Kiev para la Economía Mundial), la ayuda europea asciende a aproximadamente 41 500 millones de dólares, una cifra ligeramente inferior a los 43 000 millones aportados por los Estados Unidos. Aunque a simple vista ambas contribuciones parecen comparables, la realidad es bastante diferente. La ayuda europea corresponde más a “promesas y compromisos” que se dilatan con el tiempo comparada a la ayuda estadounidense donde son poco más que promesas “vagas”. Es decir, los europeos prometen, debaten, negocian, ajustan las cifras y luego planifican los envíos, mientras que los Estados Unidos proponen, debaten y envían directamente lo pactado. A eso se suma que la ayuda europea se ve estancada en el Parlamento, donde miembros de la oposición han retrasado los envíos generando la emisión de la Resolución 2024-2799(RSP) criticando la falta de compromiso de los estados miembros en proporcionar un flujo continuo y adecuado de ayuda militar.
¿Por qué Europa no puede defenderse por sí sola? Esta es la pregunta clave para entender la importancia de la ayuda militar de Estados Unidos. Según el informe del IFW, «Preparados para la guerra en décadas: El lento rearme de Europa y Alemania frente a Rusia», una respuesta se encuentra en el actual inventario militar europeo comparado con el de hace 20 años. Tomemos el caso de Alemania, el motor de Europa y centro de producción militar del continente: en 2004 tenía 423 aviones, ahora solo 226; luego, 2400 tanques antes, y hoy solo 339; después, 2122 vehículos de combate de infantería, ahora solo 674. No solo los inventarios están a niveles significativamente más bajos, sino que la época de paz tras la Guerra Fría y el consecuente desmantelamiento progresivo de la industria militar han limitado gravemente la capacidad de producción a niveles bajos. Es por ello que para recuperar los inventarios de 2004, Alemania necesitaría 15 años en aviación, 40 años en tanques y 21 años en vehículos de infantería. Situación que impide donar equipamiento sin dejar a la Bundeswehr gravemente desarmada. La lenta capacidad de producción militar en Europa, con Alemania como ejemplo, contrasta fuertemente con la de Estados Unidos, que produce 246 aviones al año, equivalente a todo el inventario aéreo actualmente de Alemania. Esta misma diferencia se refleja en la producción de tanques y de otros vehículos.
Es por ello por lo que, en este contexto de insuficiencia para satisfacer hasta las propias demandas internas de los estados en el ámbito militar, la política exterior de Estados Unidos importa tanto en la estabilidad europea. Tanto Trump como Harris adoptaron posturas antagónicas con el papel que debería asumir los Estados Unidos con sus aliados en la OTAN. Trump, por ejemplo, en su primer gobierno había dicho que abandonaría a aquellos países incapaces de comprometerse a llegar al 2% de gasto militar en la OTAN si se iniciaba una agresión rusa en su contra. Está posición no caló en los países europeos hasta que se volvió realidad con la invasión de Rusia de Ucrania y el golpe de realidad que sufrieron al ver que no podían sostener el ritmo de ayuda con unas industrias militares deficientes y unos inventarios vacíos. Por otro lado, Kamala con una política continuista puede asegurar a los países europeos un escenario de mayor cooperación internacional y el fortalecimiento de las infraestructuras para volver a Europa autosustentable a largo plazo.
En un escenario donde los países europeos no pueden defenderse por sí mismos o apoyarse unos a otros en caso de una agresión, la elección del 5 de noviembre no solo define quién liderará a la mayor potencia mundial en la actualidad, sino también si Europa se encontrará sola, alejada de su aliado más vital y confiable que ha tenido en décadas.
Lucas Mendoza López
Redactor de la Sección de Norteamérica
Estudiante de Relaciones Internacionales