Ascenso del BRICS+ y el riesgo de la trampa de Tucídides

El ascenso del bloque BRICS+ (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) plantea un desafío significativo para la hegemonía global de Estados Unidos y aumenta el riesgo de lo que se conoce como la “Trampa de Tucídides”. Este concepto, acuñado por el politólogo Graham Allison, se refiere a la tendencia histórica de que cuando una potencia emergente amenaza con desplazar a una potencia establecida, aumenta la probabilidad de un conflicto o guerra entre ambas.

En el caso de los BRICS+, su creciente peso económico y político está erosionando la posición dominante de Estados Unidos en el orden internacional. China, en particular, se ha convertido en la segunda economía mundial y en un actor cada vez más asertivo en la escena global, desafiando la primacía estadounidense en ámbitos como el comercio, la tecnología y la influencia geopolítica. Esto ha generado tensiones crecientes entre Washington y Beijing, que se han manifestado en conflictos como la guerra comercial iniciada durante la administración Trump.

Pero el desafío de los BRICS+ va más allá de la rivalidad bilateral entre Estados Unidos y China. Como bloque, estos países están impulsando iniciativas que apuntan a una redistribución del poder global, por ejemplo, el Nuevo Banco de Desarrollo y el Acuerdo de Reservas de Contingencia, según lo señala Jesús Sánchez-Quiñones en su análisis del 2024 sobre “los BRICS+ y la desdolarización interna”. Aunque limitados en su alcance actual, estos mecanismos reflejan una voluntad de ganar mayor autonomía frente al sistema financiero internacional dominado por Occidente y de reformar la arquitectura económica global en una dirección más favorable a las potencias emergentes.

La reciente ampliación de los BRICS+ ha aumentado significativamente su relevancia global. Según el historiador Lauren Delcourt en su artículo de 2024 “BRICS+: Une perspective critique», este grupo ahora representa casi la mitad de la población mundial y su peso económico supera al de los países del G7. Se espera que los BRICS+ alcancen la mitad de la producción de riqueza global para 2050 y controlen una parte sustancial de los recursos naturales estratégicos, desde hidrocarburos hasta metales y minerales críticos para la transición energética.

Frente a este escenario, Estados Unidos corre el riesgo de caer en la Trampa de Tucídides si percibe el ascenso de los BRICS+, y particularmente de China, como una amenaza existencial a su posición hegemónica. Una respuesta agresiva o unilateral por parte de Washington, ya sea en el plano económico o militar, podría desencadenar una escalada de tensiones y eventualmente un conflicto abierto con consecuencias catastróficas para el orden global.

Sin embargo, se me podría refutar que el riesgo de una confrontación directa entre Estados Unidos y los BRICS+ es exagerado. Después de todo, estos países emergentes aún enfrentan importantes desafíos internos, desde la desigualdad y la pobreza hasta la inestabilidad política, que limitan su capacidad para proyectar poder globalmente. Además, su cohesión como bloque es frágil, dado que existen importantes diferencias y tensiones entre ellos, como la rivalidad histórica entre China e India o las sanciones occidentales contra Rusia. Desde esta perspectiva, el ascenso de los BRICS+ sería un proceso gradual y no necesariamente conflictivo, que permitiría una acomodación mutua con Estados Unidos.

No obstante, considero que sería imprudente subestimar el potencial disruptivo de los BRICS+ a largo plazo. Si bien es cierto que estos países enfrentan desafíos internos, también han demostrado una notable resiliencia y capacidad de adaptación en las últimas décadas. China, por ejemplo, ha logrado mantener altas tasas de crecimiento y expandir su influencia global a pesar de las predicciones recurrentes sobre la inminencia de una crisis en su modelo. Además, aunque los BRICS tienen diferencias importantes, han sido capaces de identificar intereses comunes y actuar de manera concertada cuando lo han considerado necesario, como lo demuestra su coordinación en foros como la OMC o el G20.

En este sentido, la Trampa de Tucídides no debe entenderse como una profecía autorrealizadora, sino como una advertencia sobre los riesgos de una transición global mal gestionada. Para evitar este desenlace, Estados Unidos necesita adaptar su liderazgo a un mundo crecientemente multipolar, aceptando un mayor grado de pluralismo y cooperación con las potencias emergentes. Esto implica reconocer los legítimos intereses de reforma del orden internacional que plantean los BRICS+, al tiempo que se preservan los principios fundamentales de la paz, la seguridad y los derechos humanos.

Al mismo tiempo, los propios BRICS+ deben asumir una mayor responsabilidad como actores globales, comprometiéndose con el multilateralismo y el respeto al derecho internacional. Una transición ordenada hacia un mundo multipolar requerirá de la buena voluntad y la cooperación de todas las partes involucradas.

En última instancia, el ascenso de los BRICS+ representa tanto un desafío como una oportunidad para repensar las bases del orden internacional en el siglo XXI. Si se logra establecer un nuevo equilibrio entre las potencias establecidas y emergentes, basado en el diálogo, el respeto mutuo y la búsqueda de intereses comunes, será posible construir un mundo más estable y equitativo. De lo contrario, el riesgo de caer en la Trampa de Tucídides seguirá acechando.

Vanesa Obregón

Redactora de la Sección de Norteamérica
Estudiante de Relaciones Internacionales